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14 de marzo de 2010

Quinientas pesetas para un vaquero...

La primera vez que me puse unos vaqueros, o tejanos, como los llamábamos nosotras en aquellas épocas, eran apretaditos y de algodón auténtico. Me costaron algo menos de quinientas pesetas y los acompañé con un polo blanco, un polo de jugar al tenis. Yo no jugaba al tenis, claro, pero se pusieron de moda. Sobre todo en blanco, para llevar los calcetinitos también a juego, con zapatos negros y, al llegar el otoño el atuendo se complementaba con una chaqueta de pana negra con grandes solapas. La chaqueta aún existe, incluso se la llegaron a poner mis hijas hace años.
Los vaqueros nos los comprábamos justitos, como ya he dicho pero, además, cuando nos los poníamos los mojábamos para que se quedaran más pegados al cuerpo y, como no podían faltar más manías, el pantalón debía parecer muy usado así que, cogíamos unas tijeras grandes y, con cuidado para que no se rompieran (a alguna de nosotras nos pasó alguna vez), los raspábamos hasta que perdían el color azul fuerte que traían de fábrica.
¡Cuánto los disfruté! Y cuanto renegó mi madre... porque empezó a descubrir que su hija no sería una niña modosita vestida con canesú (que también)...
Tardé mucho en ahorrar las casi mil pesetas que me costaron los pantalones y el polo. Como era de esperar mi madre no contribuyó al capricho, ya que aquellas no eran formas de vestir...
Los zapatos de plataforma son un icono para las mujeres de mi generación. Fue, como romper con todo lo establecido a través de los pies... parece una tontería, sí, pero aquella que conseguía que sus padres le permitieran salir de casa con vaqueros, maquillada y encima con zapatones, era una afortunada y liberada mujer de su tiempo. ¡Menudo triunfo! Yo lo conseguí.
Más tarde empezaron las salidas al Moustache de Mollet, el descubrimiento de multitud de grupos británicos con melenas rubias, vaqueros rotos y sandalias enrolladas al dedo. Yo no entendía un pimiento de lo que decían pero me gustaban muchísimo las canciones. Y me iba al kiosco a por cancioneros, para poder cantar después las canciones en castellano, cuando los grupos españoles hacían las versiones.
Cuando empecé a salir para ir a bailar al Moustache, descubrí que había vida fuera de casa, del cine y del Rigat de Cerdanyola, local al que acostumbrábamos a ir más que nada porque nos dejaban entrar gratis media hora antes de cerrar la puerta, que era sobre las nueve de la noche. Si te colaban, te podías quedar hasta que cerraban el local así que, entrabas de gorra y encima, podías bailar hasta las diez y media u once . Yo no pude nunca, claro, porque a las nueve y media tenía que estar en casa. No recuerdo haber pagado nunca la entrada, pero alguna vez me invitaron.
La vida que descubrí más allá de aquél entorno cercano y conocido, fue apasionante. Lo viví como una explosión de sentimientos y sensaciones que, al recordarlo todo minuciosamente, llenaban el resto de la semana. Vivía deprisa durante seis días para lanzarme al domingo como una posesa... entraba en el Moustache con mis minifaldas y mi melena dispuesta a bailar hasta la hora de subirme al autocar que me llevaría de regreso a la monotonía y al aburrimiento. Porque, no había nada igual al Moustache para mí... era lo más... con sus grupos africanos, con los británicos, con los monografícos de Elvis, de Santana... con aquellas bolas de espejos, con aquellas luces que lo blanco parecía azul... con aquellas ráfagas intermitentes, que nos permitían hacer muecas y movernos de sitio para sorprender y divertir...
Sin embargo, también estarán conmigo para siempre las canciones de aquí, las españolas y pegadizas canciones de los grupos de moda:


Los Diablos - Un rayo de sol

FORMULA V - Cuentame

JEANETTE - Soy rebelde

Tony Ronald "Help"

Hay muchos y muchas más pero por hoy, lo dejaremos aquí.

¡Disfrutadlo!

Queralt.